Mensaje de Pascua 2024 del General

Varios de los protagonistas de la historia de la crucifixión y resurrección de Jesús, no estaban de acuerdo en casi nada, pero si en esto, la historia de Jesús había terminado.

Poncio Pilato se creía la máxima autoridad en todo lo que ocurría en su región. Era una zona conflictiva del mundo romano pero, a pesar de la difícil situación, Pilato estaba acostumbrado a tener una autoridad incuestionable. Si él decidía que un hombre inocente debía morir para mantener la paz, que así fuera. Entregó a Jesús para que fuera crucificado, y el tan practicado espectáculo de la muerte en cruz se llevó a cabo por orden suya. Más tarde, tras enterarse de la muerte de Jesús, Pilato dio sus últimas instrucciones a los líderes religiosos. Y Pilato les dijo: “Ahí tienen una guardia.
Vayan y aseguren el sepulcro como sepan hacerlo” (Mateo 27:65). Básicamente, la tumba de Jesús tenía un triple cerrojo: una gran piedra rodaba delante, un sello oficial servía de poderosa advertencia y guardias armados vigilaban para asegurarse de que nadie interfiriera. Pilato estaba seguro de que él era la autoridad final sobre la historia de Jesús.

María, la madre de Jesús, entendía la angustia de ver sufrir a un ser querido. Vio cómo crecía la oposición a Jesús, y se habría preocupado día tras día de que ocurriera algo terrible. Finalmente, los poderosos enemigos de Jesús se movilizaron contra Él. Tras su detención, probablemente circularon rumores sobre el azotamiento, la tortura y la humillación que estaba sufriendo. Se habría sentido tan impotente, tan rota al saber que su hijo sufría tanto. María habría dado su vida por salvar la vida de Jesús, pero no fue posible. Lo mejor que pudo hacer su madre fue permanecer cerca de Él hasta el amargo final, no queriendo que afrontara solo esos dolorosos momentos finales. Ella estaba allí, junto a la Cruz, cuando Jesús exhaló su último aliento (Juan 19:25). Llena de desesperación, María estaba segura de que su atroz muerte era el capítulo final de la historia de Jesús.

Pedro sabía que su ministerio había terminado y, en verdad, sabía que se lo merecía. Después de todo, había negado a Jesús, no una, ni dos, sino tres veces. Justo cuando Jesús más lo necesitaba, había fallado miserablemente. Después de que cantara el gallo, y Pedro se acordó de las palabras de Jesús - que antes de que cantara el gallo, Pedro negaría a Jesús tres veces- inclinó la cabeza en señal de derrota y lloró amargamente (Mateo 26:75). Pedro nunca había conocido una desesperación tan absoluta. A pesar de haber prometido a su amigo y rabino que, aunque otros le negaran, él nunca lo haría, sólo había hecho falta la insistencia de una sirvienta para que se desmoronara. Al negar a Jesús, Pedro había perdido el ministerio que se había convertido en su vida y su alegría durante los últimos tres años. Con la muerte pública de su amigo en la cruz, combinada con su propia negación repetida de ser uno de sus discípulos, Pedro creyó que su parte en la historia de Jesús había terminado.

Pero la historia de Jesús no había terminado. Cada uno de ellos olvidó una cosa muy importante, que Dios siempre tiene la última palabra.

Aquella primera mañana de Pascua, cuando todo el mundo daba por sentado que ya se había escrito toda la historia de Jesús, el Padre celestial escribió el capítulo más impactante hasta entonces. La gran piedra fue removida, el sello fue roto y los guardias fueron invadidos por el miedo (Mateo 28:2-4). Todo esto demostraba que ningún pueblo o poder en la tierra puede impedir que Dios tenga la última palabra. Jesús había resucitado, estaba vivo de nuevo, y debido a esa poderosa verdad, todo había cambiado. Pilato y las circunstancias que dictó no tenían autoridad final sobre el Hijo de Dios o sus seguidores. María fue capaz de ver la muerte de su hijo no como el final, sino como parte de la historia continua de la gracia apremiante de Dios para la humanidad. Y en los días que siguieron, Pedro descubrió que su ministerio posterior a la negación sería aún mayor de lo que se atrevía a esperar o imaginar (Juan 21:15-19).

Puede que en estos momentos te estés enfrentando a situaciones difíciles en tu vida. Puede estar seguro de esto: Dios tendrá la última palabra, y ningún enemigo o circunstancia puede oponerse a la palabra de nuestro Dios Todopoderoso.

Tal vez alguien a quien amas está sufriendo profundamente, y te sientes incapaz de aliviar su dolor o curar su herida. Recuerda, Dios tendrá la última palabra, y esa palabra estará llena de gracia, esperanza y victoria final.

Tal vez, como Pedro, ya no te sientes digno de ser utilizado por Dios. Posiblemente en algún momento le abandonaste y estás convencido de que ahora Él te ha abandonado a ti. Ten la certeza de esto: Dios tendrá la última palabra, y será una palabra poderosa de restauración y renovación. ¿Y quién sabe? Tal vez, como Pedro, descubras que tu ministerio más impactante está aún por llegar.

Mi oración para ti, y para todo el Ejército de Salvación, es que esta Pascua proclame de nuevo que la historia de Jesús no ha terminado, y que Dios siempre tiene la palabra final y victoriosa. Será una palabra triunfante que nos recuerde que Dios es más grande que cualquier enemigo que se le enfrente. Será una poderosa palabra de gracia y esperanza para los quebrantados de corazón y los que sufren. Y será una palabra restauradora, que nos recordará que ningún pecado es mayor que su gracia redentora.

Dios tendrá la última palabra, y ¡será una palabra de victoria!

Feliz Pascua, y que Dios te bendiga.

Lyndon Buckingham
General 

Mensaje de Pascua 2024 del General en video (en inglés)

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