Mensaje de Pascua 2025 del General
DEL HUERTO A LA TUMBA VACÍA
Desde el huerto de Getsemaní hasta la tumba vacía, la Pascua representa el momento más insondable de la historia humana, es decir: el cumplimiento del plan redentor de Dios mediante la muerte y resurrección de Jesucristo. Al contemplar este tiempo santo, somos testigos de cómo el amor divino vence a la muerte misma, ofreciendo a la humanidad el mayor don imaginable: la salvación eterna por medio de nuestro Señor resucitado.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). Este conocido versículo adquiere un significado renovado a medida que recorremos los acontecimientos de la Semana Santa, comprendiendo la profundidad del sacrificio que requirió el amor de Dios.
El camino hacia la Pascua comienza a la sombra de la traición. En el huerto de Getsemaní, Jesús demostró una sumisión perfecta a la voluntad del Padre, aun cuando con su alma abrumada de dolor dijo: “es tal la angustia que me invade que me siento morir” (Marcos 14:34). A pesar de que Cristo sabía el sufrimiento que le esperaba, su oración refleja una obediencia inquebrantable: “Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Marcos 14:36). Este momento de entrega suprema nos enseña que la verdadera fe significa confiar en el plan de Dios incluso en nuestros momentos más oscuros.
Los acontecimientos que siguieron: el simulacro de juicio, la cruel flagelación y el trayecto al Gólgota, revelan las profundidades del pecado humano y las alturas del amor divino. Como profetizó Isaías siglos antes: “Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades” (Isaías 53:5). Cada latigazo, cada espina, cada clavo dan testimonio del precio de nuestra redención.
En el Calvario, somos testigos tanto del horror del pecado como de la maravilla de la gracia. La Cruz se sigue alzando como el símbolo supremo del amor sacrificial, donde el Hijo de Dios sin pecado, cargó con el peso de todas las transgresiones de la humanidad. “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2 Corintios 5:21). Al declarar “Consumado es” (Juan 19:30 RVR60), Jesús cumplió todas las profecías, satisfizo la justicia divina y se constituyó en un puente sobre el abismo que separa al ser humano de Dios.
Pero la Cruz no es el final de la historia. Si la muerte de Cristo fuera el capítulo final, nuestra fe sería en vano. Como escribió Pablo: “Y si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes” (1 Corintios 15:14). La Resurrección lo transforma todo. Cuando María Magdalena y las demás mujeres se acercaron al sepulcro el domingo por la mañana temprano, descubrieron el mayor milagro de la historia: la piedra había sido rodada y la muerte derrotada.
La proclama del ángel resuena a través de los siglos: “No está aquí, pues ha resucitado, tal como dijo” (Mateo 28:6). Estas palabras cambiaron el curso de la historia humana y siguen transformando vidas en la actualidad. La Resurrección valida todas las afirmaciones que Jesús hizo sobre su identidad y su misión. Demuestra que es realmente el Hijo de Dios, con poder sobre la muerte misma. Como declara Romanos 1:4, “fue designado con poder Hijo de Dios por la resurrección”.
Las implicaciones de la Resurrección son profundas y personales. Porque Cristo vive, nosotros también viviremos. Su victoria se convierte en nuestra victoria, su vida en nuestra vida. “Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias de los que murieron” (1 Corintios 15:20). La Resurrección garantiza que la muerte ha perdido su aguijón y que la tumba ha sido derrotada. Servimos a un Salvador vivo que promete: “Porque yo vivo, también ustedes vivirán” (Juan 14:19).
La mañana de Pascua inaugura una nueva creación. El poder que resucitó a Jesús de entre los muertos es el mismo que transforma hoy la vida de los creyentes. Como lo explica Pablo: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una la nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” (2 Corintios 5:17). La Resurrección no es un mero acontecimiento histórico que conmemorar: es una realidad presente que ofrece esperanza, propósito y vida nueva a todos los que creen.
Esta victoria de Pascua va más allá de la salvación personal y alcanza un significado cósmico. La resurrección de Cristo inicia la restauración de toda la creación, cuando Dios comienza a hacer nuevas todas las cosas. La tumba vacía declara que el pecado, la muerte y Satanás son enemigos derrotados. Aunque todavía luchamos contra el mal en esta época, la guerra ha sido ganada de forma decisiva. Como proclama triunfalmente Pablo: “¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! (1 Corintios 15:57).
La Resurrección también empodera a los creyentes para el servicio cristiano. El mismo Espíritu que resucitó a Cristo de entre los muertos habita en los creyentes, haciéndonos capaces de vivir victoriosamente y servir con eficacia. Que, como oró Pablo, podamos conocer “cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos” (Efesios 1:19-20).
El Cristo vivo nos encarga que compartamos esta buena noticia con un mundo que necesita desesperadamente esperanza. Las mujeres que fueron al sepulcro recibieron del ángel el primer comisionamiento evangélico: “Vayan pronto a decirles a sus discípulos: ‘Él se ha levantado de entre los muertos’” (Mateo 28:7). Esa comisión se extiende a todos los creyentes de hoy. Somos testigos de su resurrección, llamados a proclamar el mensaje de Pascua a todos los rincones de la tierra.
En este tiempo de Pascua, alegrémonos en nuestro Señor resucitado, que ha vencido a la muerte y nos ha asegurado la salvación eterna. Abracemos el poder de su resurrección en nuestra vida cotidiana, permitiendo que su victoria transforme nuestras derrotas en triunfos. Al celebrar la tumba vacía, hagámonos eco de las palabras del antiguo saludo cristiano: “¡Ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”
La belleza de la Pascua no reside sólo en los acontecimientos históricos que conmemoramos, sino en su poder permanente para transformar las vidas de hoy. Porque Él vive, podemos afrontar el mañana con confianza, sabiendo que nada puede separarnos de su amor. Como dijo Pablo: “En todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
Que esta Pascua llene nuestros corazones de una alegría renovada por nuestro Salvador resucitado, de una gratitud más profunda por su sacrificio y de un nuevo compromiso a su servicio. La tumba está vacía, la muerte ha sido vencida y Cristo reina victorioso. Esta es la gloria de la Pascua: no sólo un acontecimiento pasado, sino una realidad presente que nos ofrece esperanza, propósito y vida eterna a todos los que creen en el Señor resucitado.
Y ahora, que “el Dios que da la paz, levantó de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, a nuestro Señor Jesús, por la sangre del pacto eterno. Que él los capacite en todo lo bueno para hacer su voluntad. Y por medio de Jesucristo, Dios cumpla en nosotros lo que le agrada. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hebreos 13:20-21).
Lyndon Buckingham
General
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